Este 10 de enero se conmemora el 82º aniversario de aquel otro de 1933 en que tuvo lugar la matanza premeditada de 22 jornaleros andaluces de la Sierra de Cádiz en la localidad gaditana de Casas Viejas. Un vergonzoso crimen de estado perpetrado durante la II República Española por sus “fuerzas del orden”.
En aquellas fechas la CNT, el sindicato de clase revolucionario y mayoritario en Andalucía, muy especialmente entre los jornaleros, había realizado un llamamiento al levantamiento obrero en todo el Estado, a una huelga general revolucionaria, y los jornaleros de Casas viejas lo hicieron ese 10 de enero, proclamando el comunismo libertario en la población, el reparto de tierras y la abolición de la propiedad privada. Eran sólo un puñado de trabajadores del campo, mal armados con unas pocas escopetas de caza obsoletas.
Al día siguiente, el día 11, entran en el pueblo cientos de efectivos de la Guardia Civil y de la Guardia de Asalto (la policía republicana), enviados por los representantes del gobierno de Azaña. La mayoría de los jornaleros huyen a la sierra pero, a pesar de haber concluido de facto el levantamiento, las “fuerzas del orden” entran casa por casa, sacando a sus habitantes y asesinando a decenas de ellos. Francisco Cruz Gutiérrez, apodado Seisdedos, un viejo carbonero del pueblo, se refugia en su casa con otras ocho personas. La vivienda es rodeada e incendiada, muriendo todos ellos calcinados o disparados con rifles y ametralladoras al intentar salir y huir.
En total fueron asesinados ese día veintidós vecinos de la localidad. 19 hombres, dos mujeres y un niño. El capitán Rojas, que mandaba las “fuerzas del orden”, afirmó que había actuado siguiendo órdenes directas de Manuel Azaña que le habría dicho “Ni heridos ni prisioneros, los tiros, a la barriga”. Azaña lo negó. Pero con independencia de que fuese cierto o no el que las diera, lo incuestionable era la intencionalidad no sólo represora sino también escarmentadora de la “autoridad republicana”. No llegaron solo para sofocar un pequeño e inofensivo levantamiento campesino, como lo prueba el número de guardias enviado y su armamento (ametralladoras pesadas), el objetivo era amedrentar a los jornalero andaluces, convirtiendo Casas Viejas en una advertencia contra cualquier intento se “subvertir el orden” y sus consecuencias. Se pretendía sembrar el terror como forma de mantener el sometimiento obrero e impedir las huelgas revolucionarias.
Blas Infante, consciente del significado simbólico de los hechos, incluso más allá del propio acto represivo y asesino, como ejemplo de la continuación de esos “siglos de guerra”, como nos recuerda nuestro himno, por su tierra y su libertad, entre el pueblo andaluz y las “autoridades” españolas de cada momento, se desplazó días después hasta la localidad con Pedro Vallina, líder intelectual cenetista y discípulo de Fermín Salvochea, y recogió un rosal silvestre que encontró junto a los restos aún humeantes de la casa de Seisdedos, trasplantándolo en el jardín de la suya. Os ofrecemos a continuación el relato que, en su autobiografía, realiza el propio Vallina de ello.
“En aquel corralón de Seisdedos, en Casas Viejas, en donde fueron sacrificados muchos jornaleros andaluces en aras de una República macabra, fue arrancado de cuajo en la refriega un rosal anónimo, que rodaba por los suelos cubierto de lodo y sangre.
Mi gran amigo Blas Infante fue en peregrinación a Casas Viejas, contempló la caseta en ruinas de Seisdedos con sus ojos cegados por las lágrimas, y recogió condolido aquel rosal profanado por las bestias sanguinarias del Poder. Lo llevó piadosamente a Sevilla y lo plantó en el más fértil suelo de su jardín, y lo regó con la más cristalina de sus aguas.
El rosal se vistió pomposamente de verde y se cubrió de capullos prometedores de las más bellas rosas. Y fueron objeto constante de especulación por porte de los visitantes del jardín las flores rojas que un día brotarían de aquel rosal cogido en la casita del crimen, rojos como el color de la sangre derramado por los campesinos mártires, rojos como el color de la bandera de la rebelión de los esclavos.
Pero una esplendoroso mañana de primavera, en que la naturaleza renacía en un ambiente de luz y pájaros, al toque del alba dado por las campanas de la torre morisca, cambió el rosal sus capullos por unas hermosas flores, no rojas, como se esperaba, sino blancas como el color de la nieve y el armiño. ¡Cómo se regocijaba Blas Infante de la ocurrencia del rosal, burlando nuestras esperanzas y ajeno al furioso batallar de los hombres! Para nosotros, el rosal, agradecido, reflejaba en aquellas rosas blancas y puras lo conciencia inmaculada de Blas Infante, que lo había devuelto a la vida.
Otros bárbaros como los asesinos de Casas Viejas, esta vez no disfrazados con el gorro frigio, sino llevando por enseña la cruz gamada, aparecieron en Sevilla de improviso y dieron muerte al más ilustre de sus hijos: Blas Infante. El duelo tendió su manto sobre la viuda y huérfano del caído, y el jardín, no regado más que con lágrimas de dolor, se convirtió en campo yermo.
El rosal perdió su lozanía, dejó caer como lágrimas, las hojas mustias de sus rosas; se despojó de su ropaje verde y se vistió con otro gris, de luto; y por último, la savia dejó de correr por sus venas. Y en una oscura noche sin luna y sin estrellas, exhaló su último suspiro el rosal de Seisdedos. Único superviviente dela más inicua de las tragedias, digna de la pluma del gran Esquilo.
Ya en el jardín no hay mayores, ni niños juguetones, ni pájaros cantores, ni flores blancas ni rojas, ni aguas cristalinas, ni por allí cruzan, como otras veces, visitantes soñadores. El desastre cobijo aquella tierra del crimen, en la que no crecen, como en el corralón de Seisdedos, más que cardos y espinas. Como no hay noche sin aurora, esperemos un alba rojo, tan encendido que todo lo revestirá de color de fuego, como el que arde imperecedero en nuestros corazones de revolucionarios andaluces”.
La Otra Andalucía
Videos: Casas Viejas, el grito del Sur, documental de Martín Patino, dividido en siete partes.