viernes, 28 de noviembre de 2014

Las mujeres, motor del cambio en Marruecos

La separación entre España y Marruecos es de sólo 14 kilómetros de mar, pero muchas veces parece que nos separa un abismo. Poco se conoce de las protestas sociales y del principal movimiento que se enfrentó al régimen marroquí pidiendo pan para todos. Un pan que también significa vivienda, educación, sanidad, trabajo y condiciones de vida dignas. El movimiento 20-F es, en realidad, muy parecido al 15-M: dio forma a toda esa indignación que recorría la sociedad marroquí desde hacía muchos años. Los amigos debatían en las cafeterías alrededor de una tetera sobre el exorbitante presupuesto real, el soborno o el enchufismo. Las familias hablaban en sus casas alrededor del cuscús acerca de las subidas en los precios de los alimentos o del material escolar. Y hace dos años, la indignación se desbordó.
Mucho se ha hablado del papel de las mujeres en las primaveras árabes. En Marruecos, miles de mujeres de diferentes clases sociales salieron a la calle, junto a los hombres, con unas demandas comunes, entre las que se encontraban el respeto y la igualdad entre los sexos. Culturalmente, en el país la mujer es considerada inferior al hombre, aunque el nivel de discriminación no es comparable, por ejemplo, a los países del Golfo. El hecho de que Marruecos sea considerado la puerta de Occidente, hace que las culturas se crucen y se enriquezcan y que muchas mujeres se vean reflejadas en sus vecinas europeas. Sin embargo, es contradictorio pedir al régimen que elabore una legislación que proteja los derechos de las mujeres cuando, a nivel social e individual, una gran parte de la población las sigue discriminando. Cuando se produce una violación, por ejemplo, la deshonra es para la mujer. Las madres solteras son marginadas social y legalmente.
En estos asuntos no prevalece tanto la religión, sino más bien la cultura, que se asienta en ella de manera inconsciente. Es ahora, con las protestas, cuando muchas mujeres se están cuestionando su condición, sobre todo las interpretaciones coránicas que regulan su conducta en el ámbito público, que llegan al punto de afirmar que no está permitido que éstas salgan de manifestación.
Estas interpretaciones interesadas están hechas por hombres mayoritariamente de los países del Golfo, que poseen unas tradiciones que son ajenas a los marroquíes y que han pretendido anular a gran parte de la sociedad para mantener sus intereses. Lo mismo pasa con la política en Marruecos. Unos se reúnen en las mezquitas, otros en los parlamentos, pero sus alianzas se cruzan y buscan un interés común: acallar a la población. Con la llegada del movimiento 20-F, hemos visto a mujeres que se declaran ateas junto a otras de confesión musulmana, con la cara cubierta, en manifestaciones en las que se pide la liberación de sus familiares.
Plantar cara a la humillación
Muchas han sido las mujeres marroquíes, sobre todo las jóvenes, que se han implicado en la construcción de este movimiento y país, ambos maltratados por el régimen. Las integrantes del Movimiento 20-F han sufrido insultos, patadas, secuestros y detenciones por parte de un régimen tirano que pretende seguir explotándolas.
Una de ellas es Selma Maarouf, un miembro activo y una de las caras más visibles del 20-F. Durante una protesta en la que se exigía el cierre de una cárcel donde se practicaban las más salvajes torturas, cerca de Rabat, a Selma la siguieron cinco policías hasta un garaje, donde le dieron una paliza.
Otra, Maria Karim, miembro de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos, fue detenida y agredida por parte de la policía por acompañar al rapero Mouad Belghuat, el indignado, detenido por sus duras críticas hacía la monarquía y la mafia marroquí, formada por las familias más poderosas de Marruecos. La corona es un tabú y una línea roja que nadie debe sobrepasar, bajo pena de cárcel y maltratos físicos y psicólogicos. Por otro lado, los abusos sexuales son una estrategia poderosa que usan los torturadores las diferentes celdas. A las mujeres las amenazan con violarlas y dejarlas embarazadas, mientras que a algunos hombres les destrozan el pene, para así dejarlos impotentes. También les introducen botellas por el ano.
Mi abuela Amina, analfabeta y de clase humilde, vivió la humillación en la época en la que España ocupaba parte de su país, cuando un policía español entró a su casa, la echó de la mesa, se sentó y se comió su comida de ella y la de sus hijos. Al terminar, tiró los restos al suelo y se fue. Mi abuela vivió el engaño, el desprecio y la esclavitud que ejercieron unos y otros sobre el pueblo marroquí.
Hoy es la monarquía alauí, junto con las familias poderosas del país, quien pisotea a los ciudadanos más humildes. Ella lo tiene claro y sabe de dónde procede la corrupción, tanto aquí como al otro lado del estrecho. Repite siempre: “Ellos se comen nuestra comida y a nosotros nos tiran las migajas. Nos echaron de nuestro país y nos obligaron a emigrar para quedarse con nuestras riquezas”.
Aquí tenéis un vídeo de una concentración encabezada principalmente por mujeres en la que piden la liberación de presos políticos marroquíes.


Publicado en La Marea

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